Des-romantizando la conservación (parte 2)

A raíz del artículo en “El País” sobre el proyecto y otras iniciativas de personas que le están apostando a restaurar, nos encontramos con diversas opiniones sobre lo que debería ser o no la conservación; lo que creemos es un trabajo desde principios simples puede terminar causando controversias y conversaciones difíciles. Para bien o para mal vivimos en un mundo donde la identidad está definida por lo que hacemos y decimos más que por lo que somos y, por esto, ningún comentario es libre de ser escrutado, analizado, clasificado y criticado.

Para algunos seremos los que se metieron al monte a abrazar árboles mientras que para otros seremos traidores a la causa que no siguen los principios permaculturales al pie de la letra. En el espectro hay de todo y para todos, como dicen por ahí: “nadie es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo”. Sin embargo hemos descubierto que en medio de las controversias hay conversaciones que pueden surgir cuando las partes están dispuestas a escuchar y ampliar sus fronteras. Hay algo que hemos ido entendiendo en este proceso: la acción es fundamental para el aprendizaje. Pero esa acción no puede venir desde lugares absolutos, es difícil que desde un lugar de absoluta certeza y convencimiento se tenga la flexibilidad y la apertura para aprender.

Hay acciones que defenderemos con argumentos y éstos con seguridad vendrán de la experiencia. Eso dará lugar a que nos equivoquemos mucho; siempre hay espacio para equivocarnos y por eso mismo, aceptar los errores da paso a la responsabilidad (no la culpa) y desde la responsabilidad corregiremos el camino. También habrá externalidades que nos pondrán a pensar si el camino es el adecuado, pero aveces nos daremos la oportunidad de ser menos racionales y doblar las apuestas en algo que, a pesar de la evidencia, queremos hacer.


¿A qué viene todo esto y qué tiene que ver con el título de este post? Ya lo habíamos insinuado en la primera parte: es difícil identificarnos como un proyecto de conservación, restauración o regeneración. Por eso, cada vez que podemos, enfatizamos en el aspecto experiencial del proyecto y cómo lo que pasa en el mundo exterior (un desbordamiento o los incendios forestales recientes) y el interior (nuestros sueños y deseos) retroalimenta lo que hacemos y para qué lo hacemos.

Luego de los últimos eventos (noticiosos y ambientales) queremos compartir dos principios que posiblemente van en contravía con los principios de conservación, pero que a nosotros nos han servido mucho para procesar y entender lo que está pasando.

Principio 1: la impermanencia es la madre de todos los aprendizajes.

En el post anterior escribíamos sobre el bosque como portador de una sabiduría extraordinaria, al fin y al cabo, ha sobrevivido catástrofes incontables y en ese proceso de ajustarse a su entorno para sobrevivir ha acumulado conocimiento. Más o menos así funciona la impermanencia: todo perece, todo desaparece en algún momento, pero no por eso conservar es fútil. El problema radica, creemos nosotros, en la expectativa. Como seres racionales, esperamos que el fruto de nuestras acciones sea el esperado. Si siembro un Nogal, espero que crezca y llegue a su madurez en unos años y una vez maduro produzca nueces que alimenten a algún roedor y éste disperse las semillas. Pero ¡oh sorpresa! cae el diluvio universal, se desborda la quebrada y arrasa con los nogalitos que habías sembrado hace un año.

¿El resultado? No todo va a salir como se esperaba. Unas veces será el río, otras las vacas del vecino y otras el verano inclemente. Hemos perdido arbolitos por cuenta de los tres. Lo importante, creemos nosotros, está en vivir con toda conciencia el proceso porque, no olviden, el bosque es mucho más sabio que nosotros y al final de cuentas somos sus aprendices.

Principio 2: iniciativas aisladas en el espacio y el tiempo.

En contraposición al principio anterior (porque así es la vida y somos contradictorios), hemos descubierto que es clave trabajar en iniciativas que no están aisladas y no intentar nada sólo una una vez.

Vamos por partes.

Las iniciativas aisladas tienen un impacto limitado. No todos somos millonarios para comprar cientos o miles de hectáreas y crear un santuario de flora y fauna que genere un impacto real a nivel de paisaje. Por eso trabajar en red o en comunidad incrementa la probabilidad de generar un impacto. Es más probable encontrar la respuesta a una pregunta si tienes diez personas a quién preguntar; de igual forma si tienes un problema o si necesitas que las autoridades locales te escuchen.

Por momentos trabajar en colectivo es complejo porque hay que saber discernir hasta dónde se deben defender las posiciones propias y cuándo se debe ceder a posiciones en apariencia contrarias para lograr consensos. Avanzar en medio de concertaciones y negociaciones puede por momentos ser tortuoso pues cada quien tiene intereses que por momentos van en contravía.

Por otro lado, y como reza la frase célebre de Kundera: “Lo que sólo ocurre una vez es como si no ocurriera nunca.” Aveces las cosas pasan no cuando uno las tenía planeadas y por eso es importante estar dispuesto a que ocurran de nuevo, pero diferente. Probar varias veces modificando una o más variables tiene dos consecuencias:

  1. Es muy posible que en el proceso de prueba y error emerja nuevo conocimiento. No hay nada mejor que darse cuenta que uno estaba equivocado y “capitalizar” los errores cometidos.
  2. Hay mucho “Experto”, “Blogero” 😉 y “Vloguero” diciendo cómo se deben hacer las cosas. El problema con seguir recetas es que las condiciones de cada quién son contexto-dependientes y difíciles de replicar. Una vez uno entiende que su proyecto es único e irrepetible emerge un profundo sentido de pertenencia y, por qué no, de identidad.

Con estos dos últimos posts, más que levantar ampollas, queremos compartir las experiencias únicas que informan nuestro proyecto. También es una invitación a los que están en este camino, o que están pensando en tomarlo, a ser auténticos más allá de lo que espera el mundo de su proyecto de conservación.