Recobrando el poder

¡Hola de nuevo!

Por acá estamos Mafe y Francisco compartiéndoles una nueva historia desde el bosque andino.

Hace unos días estábamos leyendo un post sobre la motivación laboral. El autor comentaba que los albañiles sentían gran satisfacción con su trabajo. Las razones: pueden ver el resultado de su trabajo, saben que crean un bien social, y están actualizándose constantemente. Más allá de qué tan ortodoxo y académico haya sido el estudio, las conclusiones nos pusieron a reflexionar sobre el poder que tiene el trabajo manual y el contacto directo con los resultados de lo que se hace. Y es que a veces en la ciudad uno siente que detrás del teclado, la pantalla y el internet, es mucho lo que trabaja, pero poco lo que logra. Pareciera que no tuviéramos poder directo sobre nuestra realidad, como si todo estuviera mediado por capas de abstracción inventadas por alguien más. Hoy les queremos compartir nuestras reflexiones sobre el hacer con las manos y, a través de ellas, poder interactuar con objetos y seres del mundo real y cómo esto nos devuelve cierto poder perdido.

Sembrar (y cosechar)

Haríamos mal si no comenzáramos por lo que más hacemos en la reserva. Nuestro trabajo con las plantas, como ya les hemos compartido antes, es muy intuitivo. Ninguno de los dos es botánico, ni ingeniero forestal, y lo que hacemos viene de una mezcla de sentido común con un poco de lectura y consejos de personas en las que confiamos.

Sembrar una semilla en la tierra y semanas o meses después verla germinar es poderosísimo. Puede que la semilla esté haciendo todo el trabajo, pero ser el catalizador lo hace a uno partícipe de este proceso creativo. Nuestras manos tienen el poder de recoger la semilla, sembrarla y darle los medios para que germine y se convierta en una planta de la que, en el futuro, con un poco de suerte y mucha paciencia, podrá alimentarnos y alimentar a otros animales.

Mafe transplantando plántulas de tomate.
Mafe transplantando plántulas de tomate.

Algo parecido ocurre cuando sembramos arbolitos, lo cual implica varios pasos y cuidados como aclimatar plántulas por unos meses, luego subir a la montaña, despejar el pasto para abrir los huecos y sembrarlos. Pero aquí no acaba la tarea. En adelante vendrán años o décadas y muchas caminatas para supervisaer los árboles plantados. Este es el inagotable placer (y a veces pesar cuando mueren) de ver como crecen, florecen, producen frutos y semillas y se convierten lentamente en el hogar de otras plantas epífitas y la fuente de alimento de orugas, aves, insectos y mamíferos.

Las mismas manos que sembraron esas plantas, años después tendrán el gusto de sentir el tronco, las ramas y las hojas del árbol maduro. ¿Qué mayor poder puede haber?

Construir

Recientemente hemos incursionado en la construcción, algo para lo que no estábamos preparados, pero a lo que nos medimos con un poco de timidez. La construcción del vivero nos ha tomado varios meses y en un principio habíamos planeado hacer parte de la construcción con un maestro de obra que se encargara de la parte difícil (construir las bases a nivel). Pero difícil es lo que no se hace, así que nos pusimos a estudiar un poco y con un par de hojas en blanco y calculadora en mano decidimos hacer la construcción nosotros mismos.

Para sumar al reto, nos antojamos de un domo geodésico, nos parecía que armonizaba mejor con el paisaje y contaba con mayor estabilidad que una estructura tradicional lo cual era necesario para nosotros por las fuertes lluvias y vientos del cañón en el que estamos. Para la estructura geodésica recurrimos a los chicos de Build With Hubs, unos diseñadores británicos que se inventaron los conectores y las calculadoras para facilitarle la vida a las personas que queremos construir domos en casa. Luego de varias visitas a Homecenter y a la ferretería, teníamos los conectores, las columnas y las uniones en madera y ahora teníamos que inmunizar las uniones y despejar el terreno donde construiríamos el domo. A esto había que sumarle que, como con nuestra casa, no íbamos a nivelar el terreno, por lo que tuvimos que calcular la altura de cada una de las columnas de la base y garantizar que estuvieran a nivel, una tarea mucho más difícil de lo que suena. Una vez terminamos la estructura, debíamos instalar las cubiertas: 40 triángulos de plástico de invernadero que debimos cortar y luego instalar uno por uno sobre cada una de las caras del domo.

Instalando las cubiertas del invernadero.
Instalando las cubiertas del invernadero.

Luego de tres meses de trabajo continuo tenemos las primeras plantas de tomate en el invernadero. Aún nos falta instalar las puertas, terminar de armar las camas de siembra y un sistema de riego, pero lo construimos desde cero y aprendimos cosas que nos habríamos perdido si alguien más lo hubiera hecho por nosotros.

Cocinar en fuego (la pizza)

Hornear pizza nos gusta desde hace años, mucho antes de venirnos a la montaña. Desde el 2013 hemos horneado panes y pizzas y en algún momento llegamos a tener nuestro propio cultivo de levadura natural (lo que algunos llaman masa madre, pero la de verdad). En la reserva no tenemos un horno para pan, pero si tenemos una chimenea tipo estufa con la que hemos hecho varios experimentos pizzeros.

Hornear pizza en Yátaro implica varias tareas, desde conseguir el combustible hasta preparar la masa. Para el combustible, subimos a la montaña a recoger ramas caídas o troncos de cordoncillo (Piper barbatum) para luego trozarlos con el hacha. La tarde anterior preparamos un pre-fermento llamado “biga” el cual le aporta sabor a la masa por la fermentación extendida. El día del festín preparamos la mezcla y amasamos temprano en la mañana pasa darle buen tiempo de leudado y relajación al gluten. En paralelo preparamos la salsa para la pizza (soñamos en el futuro poder hacerla con nuestros propios tomates) y los toppings. Para la horneada, metemos la piedra para pizza adentro de la chimenea sobre la brasa soportada por dos ladrillos. La idea es tener temperaturas altísimas, similares a las de los hornos pizzeros a base de leña.

Horneando pizza en la recámara de la chimenea.
Horneando pizza en la recámara de la chimenea.

Aún seguimos perfeccionando la técnica, pero si hay algo presente durante todo el proceso es el contacto directo con la leña, los ingredientes y la masa, siempre trabajando con las manos.


El proceso educativo nos aleja del mundo concreto y nos acerca al abstracto. Pasamos en doce años de la arenera a el cálculo diferencial. No estamos cuestionando el valor de la educación formal, pero si pensamos que ese proceso de aprendizaje nos condiciona ¿tal vez no intencionalmente? a ver como real sólo el mundo de las ideas y los conceptos. Y en ese proceso vamos olvidando o menospreciando las capacidades básicas para no sólo sobrevivir, sino para sabernos actores dentro del mundo natural.

Hay algo básico pero hermoso en recuperar el poder de hacer las cosas por nosotros mismos, de actuar en ese mundo natural y conocer los efectos de nuestras acciones en él. Cuando la distancia entre nuestras manos y la realidad se acorta lo suficiente para actuar y participar de un proceso creativo que es tangible recobramos la confianza en nosotros mismos.


Una vez más gracias por leernos. Compártanos sus opiniones e ideas,

Mafe y Francisco